No… no es celos, amor,
es este hambre feroz de tenerte,
de tocarte en cada risa que me lanzas
y perderme en tu forma salvaje de ser.
Nos separan los kilómetros, sí…
pero no las ganas.
No el deseo que ruge cuando callas,
ni el fuego que arde cuando hablamos en llamadas.
Dormimos al otro lado del mundo, a través de una pantalla.
y aún así, tu respiración me acuna.
No hay piel, no hay tacto,
pero tu voz…
tu voz me arropa como ninguna.
Te adoro con rabia suave,
con ternura desesperada.
Con tus días nublados, tus tormentas,
y esa risa tuya, tan desbordada.
Amo tu locura, tu alma sin filtro,
tus enojos, tus heridas,
y todo eso que el mundo quizás no entiende…
pero quizás yo sí.
Porque yo no solo te quiero.
Te comprendo.
Te sostengo.
Te elijo.
No quiero jaulas,
solo ser el lugar donde siempre regreses.
Quiero que seas mía,
no por posesión,
sino por decisión,
por instinto,
por esas pausas largas donde respiras mi nombre
aunque no lo digas.
Y aunque el tiempo nos ponga a prueba,
aunque el viento se crea más fuerte que nosotros,
yo te espero.
Te busco.
Te encuentro en cada noche.
Porque tú…
eres mi todo.
Tan tuya, tan mía…
como un secreto que el cielo me guarda,
como una promesa que vibra sin prometer nada.
Y aun sin tocarte, amor,
yo ya te siento en el alma mía.